Hace algunos años asistí a un desfile de la Mama Negra en Latacunga (provincia del Cotopaxi); poco puedo decir que no se haya dicho ya. Esta manifestación cultural es una simbiosis de origen no muy claro, que se ha ido enriqueciendo o sincretizado con los años; en esta confluyen tradiciones prehispánicas y cristianas; también se hace referencia a la liberación de los esclavos negros en el país y a la pérdida del reino de Granada por parte de los Moros en España, a finales del siglo XV.
El personaje principal de este desfile es la Mama Negra, un jinete vestido con faldones de colores fuertes. A este le escoltan El Ángel de la Estrella, El Rey Moro, El Abanderado, El Capitán y un sinnúmero de comparsas no solo locales, sino de todo el Ecuador. En su recorrido reparten al público local y foráneo, dulces y licor en cantidades considerables. De cuando asistí, recuerdo que este carnaval terminó pasado el medio día y en sendas fiestas con incontables beodos, ansiosos de más Bacanal. En esta festividad, cada desfile superaba al anterior, en todos los sentidos.
Este año en la 'puerta del horno se quemó el pan'; el desfile de la Mama Negra fue suspendido, dejando una resaca de sentimientos encontrados. El jueves último, durante un concurso de coreografías estudiantiles, un jovencito de 13 años falleció a causa de la manipulación imprudente de fuegos de artificio; lo que ocasionó que el desfile quede suspendido. Por un lado está vivo el dolor de la familia del estudiante fallecido y de gran parte de la población que siente este duelo como propio y por otro lado todos quienes inviertieron con la esperanza de que esta festividad, les permita un ingreso económico producto de la venta de algún bien o servicio a los visitantes.
El sábado pasado fue frío y con lluvias intermitentes. Las calles otrora llenas de visitantes al desfile, ahora lucían un aspecto cotidiano; la gente compraba y vendía; vendía y compraba como cualquier sábado de feria. A momentos caminaban con paraguas sobre sus cabezas, a momentos engullían algún bocado de alguna comida típica. Pocos eramos los visitantes; dos buses repletos de jóvenes costeños, uno que otro advenedizo de país lejano y yo; yo, caminando de arriba abajo, buscando en el frío de la tarde, una explicación que quitara el trago amargo de la tragedia.
No pude; comí una chugchucara, tomé un helado, degusté una espumilla, ingerí un levanta muertos, fumé. No hubieron ganadores en mi interior, solo inconformidad; en el funeral del joven escuche a alguien comentar: "la ausencia de este chico ha traído la paz a Latacunga"; en el mercado de el Salto una matrona me contó que se endeudó en un par de cerdos hornados para venderlos durante el desfile y que ahora no sabe que hacer con ellos.
El frío a momentos fue insoportable, ni los tres abrigos que llevaba encima me daban calor. Todo parecía normal, pero el ambiente estaba enrarecido; a quienes conocí, solo halaban a medias. Más de uno me comentó que una reconocida 'bruja' había vaticinado la desgracia para el desfile; su premonición se hizo realidad. La vida es extremadamente frágil, sensible y como no puede ser de otra manera, debo reconocer que la imprudencia y el desconocimiento, no generan triunfadores; debo reconocer, que en este desfile que es la vida misma, todos caminamos por una cuerda floja.