“Yo restauro los decorados de piedra, que en muchas casas antiguas de Madrid están destruidos”, esto fue lo que me contó Rolando León cuando nos encontramos por casualidad, a principios de agosto, en la puerta de un centro comercial en Quito. Rolando es tulcaneño y hace tres años dejó su empleo en una empresa de computación para ir en pos del sueño español, en la vieja Europa. “Creí y creo que en el país no hay mucho futuro, por eso, arreglé mis papeles y viajé a probar suerte en otro lugar, ahora vivo en una gran ciudad y aunque la situación no es fácil me las arreglo”
Delgado, de contextura pequeña, piel cobriza y ojos vivaces, Rolando, volvió al Ecuador, hace tres meses para visitar a su familia, y ahora espera que en la embajada española se atienda pronto su pedido de visa para poder regresar a España y así no perder su empleo en ese país y el boleto de avión. Cuando nos despedimos me pidió un cigarrillo y se alejó caminando con una pequeña mochila sobre su espalda.
La historia de Rolando, posee el paradigma de las motivaciones, las vivencias y los sentimientos que tiene cualquier persona cuando migra por razones económicas. Lejos de la patria donde se nace, las situaciones cotidianas de la vida, se pueden volver complicadas y hasta conflictivas, así resumió Norma Gallardo, su experiencia acerca de la migración, en enero, cuando yo también decidí 'cruzar el Atlántico'.
Los problemas por la migración, legal o ilegal, son de toda índole y a todo nivel, eso lo supe desde el día en que salí. En el aeropuerto internacional Simón Bolívar, noté risas y lágrimas de las varias personas que pugnaban hablar por teléfono y despedirse de algún ser querido o solucionar algún problema de última hora, como el caso de una joven que colgó el auricular diciendo: “no hay resentimientos, lo que piensen mis hermanos es su problema...adiós”.
Si no se tienen fobias, viajar en avión puede ser agradable. En la clase turista, se puede mirar películas, escuchar música, leer, dormir o dedicarse a todo un poco, pues el trayecto es largo y en ocasiones, por las diferentes escalas, puede durar más de doce horas. Al pasajero le ofrecen dos comidas y aunque mi ternera, parecía vaca vieja, con hambre y ansiedad todo pasa. La imagen de Guayaquil, con sus casas alineadas como en parada militar, en medio de la noche, me sumieron en un silencio difícil de romper.
Norma, una mujer madura, fue mi acompañante en el vuelo a España; ella dejó a su familia hace cuatro años y actualmente vive en una provincia de Galicia; en Ecuador continúa parte de su familia cercana, esposo, hijos y nietos. Para esta ex - oficinista costeña, la vida en España no fue todo lo que esperaba, cuando llegó trabajó cuidando a una anciana y hoy cuida una niña. Comenta que como su trabajo es puertas adentro, y sus ‘patrones' son buenos; ella ha podido en este lapso, ahorrar para cumplir uno de sus sueños: construir su casa.
En el avión, la mayoría de viajeros fuimos primerizos, además habían algunos reincidentes y un porcentaje mínimo de turistas; esto lo sé, porque la expectativa y cuchicheo de la gente fue grande, a varias personas escuché decir que era la primera vez que se subían a un aeroplano, que era su primera salida del país, que alguien les esperaría en el aeropuerto, que buscarían un empleo lo más pronto posible y demás situaciones similares. El sentimiento de ruptura y exclusión es perenne y similar en cualquier persona que se siente defraudada por su medio nativo.
Al futbolista se lo reconoce por la parada, dice el adagio y es cierto, los primerizos viajan engalanados como para fiesta pobre y es que es así, muchos viajan endeudados o dejando el crédito a sus familias, dispuestos a emprendarse al primer oportunista que seguramente les explotará hasta que no puedan más. Mientras la inequidad y necesidad existan siempre habrá algún aprovechador. La gente profesional o no, que decide salir del país, lo más probable es que deba renunciar a una situación digna en el lugar de acogida; las esperanzas que tienen los campesinos de sectores rurales, cuando dejan sus productivas chacras para salir a las metrópolis, con las respectivas distancias, son los mismas que sienten quienes abandonan el país en busca de un futuro promisorio. El fenómeno centro - periferia se repetirá siempre que un estado o gobierno no brinde las condiciones necesarias para una subsistencia digna.
Con palabras pausadas, pero bien definidas, Norma, cuenta que por más que ha evitado la desintegración, su familia es víctima de los efectos de la separación familiar que conlleva la migración. De sus cuatro hijos, dos viven en España trabajando en el servicio doméstico y dos en Guayaquil; el varón que dejó de estudiar la universidad, y la única hija casada quien vive con su padre. Al descender del avión airbus 340 300 en el aeropuerto de Barajas nos despedimos, yo caminé rumbo al chequeo de migración y ella pasó a esperar tres horas más en una sala, hasta tomar el vuelo que le lleve a su destino, Santiago de Compostela.
En esencia, las situaciones de la vida serán similares en cualquier lugar del planeta, pero las diferencias que en ocasiones pueden ser sutiles, se dejan sentir de inmediato. Cruzar el control migratorio, es pasar una barrera invisible que marca el inicio y el fin de dos mundos similares, hermanados por la cultura y diferenciados por el desarrollo. El Aeropuerto de Barajas en Madrid, es inmenso en comparación con los existentes en Ecuador: un avión despega y otro decola cada dos minutos; cientos y miles de pasajeros como hormigas, leen carteleras, cargan sus equipajes, suben o bajan gradas eléctricas, usan ascensores o se deslizan por rampas automáticas.
Varios acompañantes de vuelo viajaron con la intención de ir a España por un tiempo, conseguir un trabajo, ahorrar dinero y mejorar las condiciones de vida, personal y de su familia, sin pensar en los requerimientos oficiales del país de acogida y sin saber a ciencia cierta la realidad a la cual se enfrentarían. Pero el mundo real, es diferente de los sueños que se generan a la distancia. José Luis Osorio mecánico de profesión me comentó, que su viaje lo hizo por que la situación económica del Ecuador era “imposible”. Lo que él no sabía por experiencia, es que la vida en España, no es fácil; salvo excepciones provocadas por el azar, la permanencia de este hombre resultaría difícil, pues él anhelaba empleo en una mecánica, alimentarse en un mercado o puesto de comidas de esquina y vivir compartiendo gastos con un familiar; claro está, al ser un primerizo, él no sabía que las mecánicas o talleres automotrices requieren personal especializado. Que un menú barato en el mercado sobrepasa los 5 dólares y que compartir un piso -departamento- demanda ingentes gastos. En un mundo competitivo lo que prevalece es el “cuanto tienes, cuanto vales”.
Antes de la exigencia de visa para entrar en España, los migrantes podían argumentar el turismo como una opción para permanecer en ese país o bien podían tener una carta de invitación, en la que el anfitrión debía demostrar que está en la posibilidad de proporcionar un buen vivir al invitado durante su permanencia; hoy estás posibilidades se traducen en un solo documento, la visa; por esta razón José Luis, lucha contra el tiempo, tiene tres meses como turista para encontrar un empleo y poder gestionar su permiso de residencia bajo una forma legal; caso contrario pasará a ser un individuo ilegal, que tendrá que pasar evadiendo controles policiales y quien sabe si aceptando trabajos ocasionales sin garantías. La explotación laboral y la deportación son riesgos latentes.
El crecimiento y desarrollo de España son innegables, así mismo el aumento de los problemas que estas situaciones conllevan: violencia, delincuencia, drogadicción, prostitución, desempleo. Este cuadro se agudiza con la llegada de migrantes, no solo de Ecuador, también de países latinoamericanos, subsaharianos y de Europa del este. Caminar en la noche por la Puerta del Sol en el casco antiguo en Madrid, tiene su atractivo, pero también su peligro; en el sector operan mafias de varias nacionalidades -incluido ecuatorianas- y no es raro que algún peatón sufra el ataque de un arranchador.
En esta ciudad cosmopolita, moderna y antigua a la vez, se puede sentir su crecimiento vertiginoso; por doquier sobresalen las torres de grúas que se utilizan para la construcción de rascacielos. La necesidad de mano de obra en la construcción, así como en agricultura y servicio doméstico es imperante; enrolados en esta fuerza de trabajo se siente cada vez más la presencia de migrantes, que buscan ganarse la vida ofreciendo su contingente más barato y sin las respectivas garantías de ley.
Una noche invernal, tomando un bocadillo en un cafetín conocí a Juan Solá un anciano quien me aseveró que ahora España recibe migrantes, pero que en la posguerra era de allí de donde migraba la gente a otros países de Europa y a América; además contó que el auge español se ha dado en los últimos 20 o 25 años, “porque hasta no hace mucho tiempo no todos los hogares tenían calefacción y los inviernos eran devastadores”.
Aunque España tiene un repunte por su inclusión en la Unión Europea, su situación es compleja, tanto por la demanda de personal cualificado como por los bajos índices de natalidad. La primera razón ha motivado que los jóvenes abandonen las pequeñas poblaciones donde nacieron en busca de estudio universitario y la segunda el hecho de que los niños sean un privilegio al alcance de pocos.
La España de Franco quedó en el baúl de los recuerdos, ahora España es un mundo rápido, en el que el tiempo es dinero; es poseedor del Real Madrid, un equipo de ‘fútbol galáctico'; es un país con vías de comunicación que soportan los 140 Km. por hora que imprimen sus acelerados conductores. Es en la España de ahora con virtudes y defectos, donde los migrantes ecuatorianos legales e ilegales, construyen su futuro.