Historias de papel 2


“Cuidado, son choricillos que le pueden dejar sin nada” me advirtió un español maduro a la pasada, mientras caminaba en el casco histórico madrileño. Se refería a un par de mujeres jóvenes que llevaban cubierto el rostro con burcas y que cercaban mi paso al disimulo. Mi referente europeo, de la seguridad de primer mundo, se quebró como una cáscara de huevo.
La realidad de la cosmopolita Madrid es entorpecedora; en la Puerta del Sol, se puede ver una diversidad de personas de diferentes partes del mundo, cada una expresando de alguna manera su cultura, lengua, tradición, religión. Ríos de gente siguen el cause de la arquitectura radicular del casco histórico, donde hay comercios, cafetines, espectáculos callejeros, restaurantes; así como también, prostitución, delincuencia, tráfico de drogas y demás situaciones de una metrópoli de primer mundo, que a partir de la inclusión de España en la Comunidad Europea y del desarrollo que esta ha generado, se ha visto invadida de migrantes legales e ilegales de los más variados lugares del planeta.
Madrid es una ciudad que cuenta con un casco histórico bien conservado y con un imponente sector moderno donde sus edificaciones se asemejan a obras de arte. En Madrid se puede pasar una noche en un hotel modesto por 50 euros, o asistir al estadio Santiago Bernabeu para ver al “galáctico” Real Madrid por 60 euros, o comer un menú (almuerzo) por 10 euros, o simplemente caminar por el Parque del Retiro y encontrarse con grupos de migrantes e indigentes capaces de osadas hazañas por unas cuantas monedas.    
Una fría tarde de invierno con un cielo azul intenso, visité el Parque del Retiro, sitio donde acuden los compatriotas para “buscarse la vida”, como dijo Jaime Llerena, un ecuatoriano que viajó a España en 2000 y que todos los fines de semana se disfraza de algún personaje de las tiras cómicas para fotografiarse junto a los niños que visitan el parque.
“En temporadas festivas se gana dinero, así he podido vivir; ahora ya no alquilo el traje, pude comprar varios y ya no dependo de nadie. Cuando recién llegue no tenía empleo y los españoles me veían mal, pero ahora con el disfraz, como no saben quien soy, ni de donde vengo, la gente solo paga por la fotografía y listo, ya tengo para la papa” agregó Jaime sarcásticamente; su vivencia es parte del sueño europeo, un imaginario que se ha gestado gracias a los aspectos positivos del sistema capitalista que gobierna primer mundo y se ha consolidado por la desesperanza y desilusión que sienten los migrantes ante el medio nativo, básicamente por causas económicas.
No existen estadísticas confiables en Ecuador o España, de cuantos ecuatorianos han abandonado el país y residen actualmente en España de manera legal o ilegal, pues muchos han sido devueltos de ese país, otros han logrado regularizar su situación y la gran mayoría por cuenta y riesgo propio han decidido quedarse en la clandestinidad. España es la puerta de acceso a Europa y también la primera opción de residencia -por el idioma- para los latinos que migran y piensan en probar suerte; por tanto cuando un ecuatoriano llega tiene la opción de convertir a este país en un país de transito y decidir por otro destino europeo, o por el contrario puede buscar un espacio en alguna provincia, donde regularmente los controles migratorios son menos intensos que en la capital.
En el sur de España, la región de Andalucía es uno de los lugares donde más ecuatorianos radican; para llegar allá tomé un cómodo autobús. Después de seis horas de viaje por autopistas de primer orden, cruzando poblaciones pequeñas, pero bien iluminadas; amplios sembríos de olivos, extensos cultivos en invernaderos e impresionantes pampas ocres llegue a Granada; una cuidad de más de un millón de habitantes, punto clave, desde donde los migrantes pueden viajar a ciudades como Jaén, Almería, Murcia, Valencia, Sevilla, Cádiz, entre otras.
La arquitectura de Granada tiene cierta similitud con la de Quito, tanto en su casco antiguo, como en su sector moderno. En esta ciudad, granadinos y un puñado de ecuatorianos -cada vez más numerosos- trabajan arduamente para obtener un buen vivir. Muchos de los ecuatorianos que migran, lo hacen sin tener claro cuales son las reales condiciones que enfrentarán en un mundo cada vez más conflictuado por el exceso de migrantes y con tasas de desempleo cada vez más altas; se dejan llevar por versiones que hablan de buenos sueldos y vida fácil, pero incluso para quienes han nacido allí la situación no es color de rosa.
El comercio informal ha crecido en los últimos años y el ayuntamiento pugna por mantener el control habilitando “zocos” (mercados) de integración, en donde se pueden encontrar comerciantes y productos de distintos países, desde artesanías subsaharianas, hasta ponchos de Otavalo. En estos mercados que funcionan días específicos las imágenes de Bob Marley se confunden con las del Che Guevara.  
Para Carmen Heredia, española de nacimiento y gitana de sangre, la situación es difícil. Para esta mujer las “noticias sobre la migración son alarmantes, porque aunque tengan costumbres diferentes, la gente que llega es como todos, tiene sueños y aspiraciones y solamente busca ganarse la vida. Las autoridades deben hacer algo, para que a los españoles esta situación no nos afecte tanto”.
Carmen, al igual que su esposo, todas las mañanas monta un comercio informal de ropa, en transitadas aceras granadinas y lo que ganan los dos, les alcanza para mantener sin lujos, a su familia. La familia de Carmen es de clase media y para ganar los 900 euros mensuales en promedio, ella, de lunes a viernes, maneja su furgoneta cargada de mercadería, desde el polígono industrial, en las afueras de la ciudad; arma su puesto con estantes modulares y vende ropa china, que es más barata y de buena calidad.
Carmen Heredia, que no ha traspasado las fronteras de España, tiene una idea acertada de la situación del Ecuador, piensa que en el país existe mucha miseria y que la gente pasa hambre, “razones suficientes para migrar” asegura. Mientras empieza a recoger su negocio, un guardia civil la apura para que deje libre la acera; ya son las dos de la tarde, hora de marcharse, si no quiere recibir una multa.
El comercio informal clandestino, que no paga ningún tipo de impuestos, crece cada vez más y en la actualidad, por ejemplo, con mayor frecuencia se pueden encontrar un ‘top manta'; negocio de venta de discos compactos piratas. En este mercado negro, intervienen personas de diferentes nacionalidades; los asiáticos, encargados de producir el material, y regularmente los negros africanos quienes comercializan los discos a un promedio de 2 o 3 euros la unidad.
Estas personas, que pueden conseguir material bajo pedido, exhiben unos 50 CDS sobre una manta o tela sobre la acera de una esquina cualquiera; están siempre atentos a los controles que realiza la guardia civil, pues aparte de que les pueden requisar la mercadería, pueden ser apresados e incluso deportados; así me dijo un joven argelino de sonrisa reluciente y piel oscura, cerca a la estación de autobuses de Jaén, otra provincia andaluza de España.
Igual suerte que los vendedores del ‘top manta', puede correr cualquier compatriota que se encuentre en calidad de irregular y es que los ecuatorianos al igual que los migrantes de otros países, cuando son ilegales no pueden ejercer ningún trabajo y por tanto no tienen ningún tipo de garantías laborales. Aunque España, por presión de la Comunidad Europea ha endurecido las políticas de admisión y aumentado el control sobre los migrantes, y a pesar de que sea menor el número de ecuatorianos que se arriesgan a “cruzar el charco” es innegable el hecho de que necesitan mano de obra para realizar los trabajos que por diversos motivos no realizan.
Un mundo moderno como el español, necesita mano de obra para la agricultura, la construcción, la minería el servicio domestico y de limpieza, para el cuidado de niños y ancianos y es allí donde ecuatorianos y latinos en general han encontrado su nicho. Aunque la gente que migra tenga estudios superiores y se queje de la falta de oportunidad en Ecuador, las labores que van a realizar allá, las podrían realizar en el lugar natal, pero no la hacen y es por una razón fundamental: la económica. Un jornalero que en el país con dificultad alcanzaría un sueldo mensual de 150 USD, en España, realizando una labor similar, obtiene 900 euros, que al cambio, en un país dolarizado, si representa.        
Pero los tiempos en que un ecuatoriano llegaba a España y lograba un empleo en condiciones favorables terminó. El exceso de migrantes ha elevado el desempleo, generado desconfianza en los patronos, originado bandas de delincuentes y todo un enredo de sentimientos contrapuestos. A partir de 2003 la Asociación de Jóvenes Agricultores de Andalucía, desechó la opción de contratar ecuatorianos para la recogida de la fresa. Esta asociación contrató en el país de origen 10.000 mujeres polacas; después de realizada su labor los contratantes aseguran el regreso a su país de origen, evitando así una migración descontrolada. Comunidades de marroquíes y ecuatorianos realizaban esta labor, pero terminaron antes de hora con la gallina de los huevos de oro; cuando realizaban esta actividad buscaban mecanismos para llevar a parientes y amigos, acrecentando el número de migrantes, que por lo general terminaban siendo irregulares.
Muchos hombres ecuatorianos deambulan en todo el territorio Andaluz, viven de la agricultura, trabajando en la cosecha de aceitunas en Jaén, de naranjas en Motril, de tomates en Almería, de uvas en Valencia, mientras las mujeres recorren al mismo tiempo los lugares mencionados haciendo comida típica, o vendiendo artesanías o realizando trabajos de limpieza o cuidando niños y ancianos.
En esta nueva realidad, algunos prefieren olvidar sus raíces y deciden “rehacer” su vida como Catalina, una mulata esmeraldeña, que hizo pareja con Manuel Marcines, un español divorciado. Se conocieron hace cuatro años en un locutorio de Manuel, el cual lo vendió por el exceso de competencia. Hoy los dos venden servicios de telefonía fija y móvil durante el día y libros puerta a puerta desde las 5 de la tarde hasta las 10 de a noche.    
Catalina y Manuel salen del café en el que los conocí en medio de un   torrencial aguacero; su situación es difícil, piensan casarse a finales de año y para ello trabajan. A pesar de su relación, tienen una gran diferencia: Manuel puede ver a su hijo en cualquier momento, Catalina no sabe cuando lo hará.