Historias de papel 3


Me contaron que el frío del invierno español daba comezón, pero no le di importancia hasta que lo viví; esa temporada fue como un estado constante de ebriedad, los músculos de mi cara se paralizaban y me era difícil hablar, además, todo el cuerpo me picaba y se me caía el cabello. Pero si del frío me quejé, la situación cambió radicalmente; los últimos días de primavera, la temperatura llegó a sobrepasar los 40 grados centígrados. Españoles e inmigrantes tienen que adaptarse a un mundo de cambios bruscos.
Fue a inicios de marzo, en Granada cuando conocí a José Ignacio Chacón y un amigo que prefirió el anonimato. Los cuarentones hombres, esperaban un autobús para ir a su domicilio, mientras yo realizaba los preparativos para visitar Valencia.
José y su amigo son de origen riobambeño y dejaron sus cargos de profesores en un colegio de la Sultana de los Andes, para probar suerte en España. En la actualidad José es empleado del servicio de grúas Alhambra, y su acompañante está desempleado desde hace seis meses; los dos se ayudan mutuamente pero como están las cosas, lo más seguro es que decidan regresar para fin de año, sin lograr el principal objetivo por el cual viajaron: ganar un dinero para montar algún tipo de negocio; lo doloroso para ellos es que en Ecuador no recuperarán su antiguo empleo pues el viaje para ellos fue “lo pagado por lo servido”, como me recalcó José.
Un rubro de vital importancia para el pueblo español, es el turismo nacional e internacional, por eso cuando una festividad se avecina, se promocionan alternativas populares de viaje. El viaje a Valencia, desde Granada dura más de seis horas, y en el bus, lleno de jóvenes universitarios con ganas de juerga, además viajan más de un compatriota, con el objetivo de vender pequeñas chucherías, desde peinetas, hasta manillas y prendedores.
Por ley los conductores no pueden estar al volante más de dos horas seguidas, por consiguiente en el trayecto realizamos dos paradas en alguno de los tantos bares que existen al filo de la autopista. En España existe un bar por cada 123 habitantes, y en todos ellos se puede tomar un bocadillo de jamón ibérico y beber una coca cola con limón o un café expreso. Después de estirar las piernas, continuamos el viaje a Valencia, para vivir la fiesta de la “Fallas”, en la que como preámbulo se tienen 30 minutos de fuegos de artificio iluminando la noche y en la cual también se queman monigotes gigantes que reflejan la cultura de los valencianos. Las “Fallas” son una fiesta parecida a la que se vive en Ecuador el 31 de diciembre.
En la ciudad, entre los ríos y ríos de gente que asisten a la festividad, se puede reconocer a cientos, quizá miles de ecuatorianos de diversas partes del país, vendiendo bisutería o artesanía; Pero no solamente en estas festividades y en este sitio se encuentran vendedores ambulantes ecuatorianos, también se los puede encontrar en los carnavales de Cádiz, o en Sierra Nevada. Fue allí donde encontré a Antonio Muenala, un otavaleño comerciante de ropa y productos folklóricos
Antonio viste la ropa típica de su cultura y es ayudado por su esposa y tres de sus cuatro hijos, el último es de apenas cuatro años. Me comenta que logró llevar a su familia haciendo los trámites de reagrupación familiar; pero que antes de que esto ocurriera, él viajó por Alemania, Holanda, Suiza y gran parte de Europa occidental vendiendo ropa. Aunque hoy tiene residencia en Granada y un puesto fijo en el zoco de la integración cerca de la avenida Colón, asiste a todas las ferias que puede, llevando mercadería en la camioneta de segunda mano que logró adquirir con sus ganancias.  
Por lo general los empleos que consiguen los ecuatorianos están dentro de la construcción, la agricultura, el servicio doméstico y son aislados los casos en que un compatriota por mérito propio, ejerce su profesión o se encuentra ubicado entre los mandos altos de una determinada institución; pero a pesar de esto, existe una clara diferencia entre los pocos que viajaron en una primera etapa a finales de los ochenta o principios de los noventa y los pelotones que viajaron desde el 1998 en adelante. Los primeros tuvieron la suerte de encontrar un medio menos saturado y con mayores posibilidades, por lo que en la actualidad gozan de cierta estabilidad siendo dueños de pequeños comercios; los últimos tienen que pasar grandes peripecias para mantenerse y son víctimas de un medio que los segrega y explota.
En Almería, una cuidad netamente mediterránea, visité varias veces el locutorio “Los Andes”, cuya propietaria es Ivonne Rivas. Ella llegó a España hace nueve años y desde hace cuatro es dueña de este negocio que logró parar con sus ahorros y un crédito bancario.
El negocio tiene dos ambientes, uno en el que se encuentran las 12 cabinas telefónicas y otro en donde funciona una especie de tienda con productos ecuatorianos, allí se puede encontrar desde ‘fresco solo', hasta licor ‘cristal', pasando por ají ‘el indio', cerveza ‘pilsener' y chicles ‘adams', los productos los lleva desde Madrid, en donde los importan al por mayor, afirma. El local tiene varios afiches del Ecuador y siempre hay gente consumiendo o conversando, porque además es un punto de encuentro de ecuatorianos.
Ivonne tiene a sus tres hijos en España, los dos primeros son jóvenes y de padre ecuatoriano y una niña de tres años y medio, hija de un español, que es su pareja actual. Esta mujer no tuvo mayores problemas para tramitar su residencia, pero reconoce que “las cosas cambiaron años atrás, cuando un tren envistió a una furgoneta llena de ecuatorianos indocumentados”. Además sobre los permisos de residencia cuenta que “cuando recién llegan los paisanos, trabajan como locos aguantando gritos y desplantes hasta obtenerlos, pero cuando lo logran se vuelven vagos y se dedican a la bebida; los ecuatorianos son problemáticos, bochincheros y envidiosos”.
“Cuando he regresado a Ecuador no he pasado bien, los ecuatorianos tienen un prejuicio acerca de los migrantes, creen que vivimos recogiendo dinero, pero no es así; trabajamos duro para conseguir un euro, lo ahorramos y nos cobijamos solo hasta donde alcancen los billetes”, fue lo que respondió cuando le pregunté acerca de si pensaba regresar al país algún día.  
Y es que las motivaciones para regresar o quedarse, son tan fuertes y diversas como migrantes existen. Quienes piensan volver, tienen la ilusión de ahorrar dinero para una vez llegados al país instalar algún tipo de negocio; los que se quedan lo hacen por que tienen una situación estable y legal en el país de acogida. Regularmente quienes piensan en un futuro en Ecuador es porque tienen vínculos familiares y los han sabido conservar; mientras los que optan por un futuro en España, son solteros o han roto sus lazos afectivos, con padres, parejas o hijos.  
Andrés tiene un apellido similar al nombre del país que lo acoge: España. Una noche fría, caminé con él por el malecón de Almería; me contó que espera quedarse 4 años más y ahorrar para volver al país e instalar un negocio. “Tengo esposa e hijos, pero no quiero que vengan, porque este mundo no es para vivir, solo para hacer dinero; viví en Holanda un año pintando casas, escondiéndome de los controles migratorios y aprendiendo inglés, pero no me gusto; por eso vine a España y he trabajado en agricultura y construcción. A futuro espero obtener mi permiso para conducir y ver si puedo ejercer mi profesión de chofer”. Andrés España dejó a su familia y al país cuando le quitaron el taxi que no pudo pagar en tiempos de la dolarización. A diferencia de Andrés, Kati N. no está segura si quiere regresar al Ecuador.
Kati N. fue maestra de primaria en Esmeraldas, tenía esposo, una hija, y problemas económicos en su hogar; por eso, cuando le hablaron de viajar a España, no lo pensó dos veces y desde hace 9 años cambió de residencia. “Pienso volver al país por mis padres que ya son mayores; pero lo más seguro que traiga a mi hija a estudiar en un colegio religioso”, puntualizó. La niña que dejó de tres años, ahora tiene doce y vive con sus abuelos; aunque la visita cada dos años, no piensa quedarse definitivamente, porque no cree en el país desde que perdió sus ahorros cuando El Filanbanco quebró. Sus sueños terminaron; para realizar su tercer viaje a España pidió dinero prestado y su madre hipotecó su casa.
Kati N. tiene una razón más para no volver al Ecuador y esa es que un español con quien tiene un hijo le pidió matrimonio pero no sabe que hacer porque nunca terminó su compromiso en Ecuador. Mientras algunos migrantes reniegan de su situación y de su inadaptación al medio, a Patricia N. le parece de lo mejor; a esta mujer la conocí en la barra de un bar, un viernes por la noche. Pati es una manabita, que trabaja 10 o 12 horas al día, seis meses al año, en una empacadora de productos agrícolas; cuando puede, ‘se va de copas' con sus amigos españoles. Es feliz en este medio y no se considera migrante, porque tiene sus documentos en regla.
La migración puede romper unos lazos afectivos, pero también generar raíces en otro contexto geográfico y social. Las relaciones interpersonales pueden variar en la distancia y sentimientos como la solidaridad pueden afectarse; aunque entre ecuatorianos se dan la mano, todas las personas que entrevisté tienen algún mal recuerdo de los coterráneos; existen madres que abandonan a sus hijos, mujeres que se prostituyen, bandas de delincuentes y traficantes, las autoridades reciben denuncias de explotación y hasta extorsión. Cada semana los ecuatorianos protagonizan alguna situación bochornosa que los medios de comunicación están prestos a recoger; como el caso de una mujer que quemó con ácido a una española y sus dos hijos, por quedarse con su esposo.
Pero también se producen situaciones menores como me comentó Daisy, una choneña, dueña de un bar frecuentado por latinos, españoles y sobre todo ecuatorianos: “los paisanos beben mucho y a veces han hecho relajo en el local ahuyentando a toda la clientela; son envidiosos, mal agradecidos y siempre viven metidos en cuentos. En Almería no existe ni una asociación de residentes, dese cuenta”.
Asociaciones de ecuatorianos pueden no existir, pero si es necesario hablar con uno, basta con visitar un locutorio, de preferencia cuando sus dueños - si son españoles- no están. Cuando pregunté por Lourdes N. en un locutorio con vista al mar mediterráneo, “su jefa”, una mujer cincuentona y cascarrabias, me informó que ella solo podía hablar de su vida íntima y no de su trabajo, “porque esa información era confidencial”.
El cielo era azul y el sol estaba en el horizonte, la tarde en que hable con Antonio Tobaruela en el campo hípico de Jaén. Antonio cree en la izquierda, gracias a ella tiene: una casa, dos autos, un viaje por la comunidad europea una vez al año y sobre todo la posibilidad de educar a sus hijas con lo que el no tuvo; sus hijas aparte de sus estudios primarios habituales, asisten a clases de equitación, piano, inglés y esquí. “De niño cogía pájaros, pateaba pelota en la calle, pero hoy hemos mejorado, España esta bien y los españoles vivimos bien; por esto se da la migración. La gente que no tiene lo básico intenta venir. No hay un futuro promisorio, la necesidad produce racismo y la tolerancia se termina; la mala distribución, los intereses económicos y la corrupción hacen posible que yo tenga algo y que a otros les falte todo; lo que hoy tenemos nuestros antiguos lo saquearon alguna vez”.
Estas palabras me recordaron lo que días atrás me dijo Ivonne en el locutorio Los Andes: “esta es la conquista de España, ellos nos apalearon y se trajeron nuestra riqueza, pero ahora los que tenemos un negocio propio estamos recuperando un poco de lo que es nuestro, ahora España es de los ecuatorianos”.