El flautista del Quilotoa


"Extraña gente que se alegra la vida con música  y cantos tristes" comentó Humboldt hace un par de centurias, sobre los indígenas andinos y la situación no ha cambiado mucho; quizá sean la soledad del páramo o la fría brisa que peina el pajonal; tal vez las condiciones extremas en las que han sido obligados a vivir o su falta de oportunidades, sean los causantes de esta peculiaridad, que se refleja en un hablar quedito y cercano; en una mirada esquiva; en una música lenta y distante, en la que predominan los instrumentos de viento como flautas, rondadores, quenas...  
En una tarde lluviosa; de esas en las que el sol aparece en medio de nubes cargadas, pero no abriga; llegué a la laguna del Quilotoa, con una barata flauta plástica. En medio del centro poblado, turistas, y artesanías; empecé a soplarla; intentando recordar alguna melodía de infancia; de pronto una voz chillona se dirigió a mi y me dijo "así se toca"; era un indígena de poncho y mejillas rojas, de manos ásperas y callosas, que con facilidad llevó a sus labios una flauta rústica de palo y entonó una melodía dulce y triste.
Durante su interpretación, mi corazón descendió a la laguna, recorrió cada uno de sus picos, voló con los curiquingues, se hizo chiquirahua, se hizo tormenta. Cuando terminó su interpretación me dijo "ya vis, así se toca; aprindiras, ya mi di morirr". No tuve explicación, no la tengo, no la busco; solo siento que su música -  ande, describe mejor que mis palabras ese bello paraje.