Quito Fest

Allí estaba yo, sentado en el filo de la acera; a punto de explotar como un volcán, mientras me quitaba la bota y el calcetín; a mi alrededor hordas de muchachos caminaban indiferentes, ajenos a mi situación.
Como pude y sin que nadie lo notara, escondí mi encendedor en el calcetín; no es un encendedor muy costoso, ni muy sofisticado, pero me es especial, por su estuche de metal y por qué me ha acompañado durante varios años; por eso, enfurecí cuando el policía quiso quitármelo.
Tal vez por la novelería, me deje atrapar y asistí al concierto. Cuando iba a ingresar me encontré con unas mujeres, que por unos centavos, se ofrecían para cuidar las correas, cinturones, espejos o cualquier tipo de objetos 'peligrosos'; mucho asistentes, con gruesas correas de cuero y lustrosas hebillas, se quedaron en el intento de ingresar; tampoco entraron algunas chicas que no quisieron perder su espejo mágico. Pero otros, quizá los más arriesgados o aventureros, se quitaron las correas y las dejaron bajo la custodia de estas avispadas y oportunas comerciantes.
Claro, al ser un concierto de rock, la seguridad no está demás, pensé; siempre hay quienes, al calor de la música olvidan su timidez y de buenas a primeras son capaces de obsequiarle un buen puñetazo al desconocido más cercano y empezar el zafarrancho. Los porteros del evento, se encargaban de revisar y decomisar cualquier tipo de objeto que podría ser utilizado como arma; además si le encontraban a uno, con un rostro alegre o expresivo, eran capaces de hacerle soplar, para comprobar que no haya ingerido licor; de ser necesario, llamaban a un policía - juez, que dictaba sentencia y decidía si la persona en cuestión estaba pasado de copas o simplemente tenía una sonrisa generosa.
Cuando me tocó mi turno de ser inspeccionado, empezó el problema; encontraron mi encendedor y quisieron quedárselo. Un policía, que no entendía razones, argumentó que yo podría ser un pirómano; al final, su superior que también llegó al bochinche sin ser invitado, impidió mi ingreso.
Después de esconder mi encendedor en la bota y practicar algunos pasos para no ser notado, volví a pasar el control, e ingresé sin mayor novedad. Ya adentro, en cuanto pude me quité la bota y saqué el encendedor, pues ya me dolía el pie. Supongo que mientras los señores del orden se ocupaban de mi caso, mucha gente evadió el control; pues, algunos evasores disfrutaban la tarde musical en medio del blanco y dulzón humo de la mariguana.